Es difícil recordar cuándo fue la primera vez que nos echaron el cuento que sentenciaba que había que hacer todo rápido porque ese era el ritmo de la vida. Es imposible rastrear el origen de esa creencia en un vertiginoso mundo que supuestamente se mueve cada vez con mayor rapidez. Hoy en día se nos repite constantemente que las cosas deben ir al ritmo de los tiempos actuales, sin embargo, no sé cuáles serán esos tiempos, pero parece que son los mismitos que inventaron desde la comida rápida hasta los créditos rápidos, pasando por la venta rápida, la entrega rápida, el auto rápido, el sexo rápido, todo lo han hecho fast, quick, express o al instante; hay muchos más ejemplos, pero entonces me tendría que tomar el tiempo necesario para enunciarlos.
La idea del sistema es simple: debemos de vivir a un ritmo acelerado y cambiar de estilo y de gusto con mayor frecuencia, así compraremos de manera acelerada más cosas que no necesitamos. El ritmo puede tornarse vertiginoso. Algo que portábamos en la mañana, a la tarde puede estar fuera de uso y en la noche quizá alcance a ocupar un lugar periférico en el armario, frecuentemente compartiendo armador con otras prendas exiliadas del día a día, bajas dentro de la guerra rápida con la que bombardeamos el resultado de cada amanecer. De manera general, la sociedad espera que a los 30 un hombre (o mujer) ya debió haber terminado la carrera universitaria (a quien chucha se le ocurrió ese nombrecito) plus a eso dos diplomados que le sirvan de edecanes al título universitario, dominar al menos cuatro idiomas (inglés y mandarín ya son casi una obligación), haber visitado París, Pekín, Praga y otras ciudades que comiencen con P, tener esposa, dos hijos, un perro, un gato, un yate y un jeep, sin olvidar el plan de ahorro de retiro y el aporte a alguna financiera. Si todo esto llega más tarde ya no será éxito, será atraso y una clara prueba de no haber aprovechado el tiempo de manera correcta.
Pero no todos queremos ir a ese ritmo, existimos ilusos como usted, como el inconformista, como yo que hemos decidido vivir a otro compás. Propongo bajar la velocidad y dejar de creer que la vida va en auto deportivo por una autopista de 6 carriles. Al contrario, vivir debe asemejarse más a viajar en un auto viejo por una carretera llena de curvas y huecos (como las de la época de lapentti). Como contraparte del sinuoso camino está el paisaje que invitaría a parar y comer pasabocas mientras uno toma fotografías de quien sabe cuántas cosas que no se logran disfrutar desde la autopista, mientras uno sonríe galvanizando sonrisas en las personas con las que disfruta el recorrido, que al final será lo que verdaderamente importa.
Lo primero es entender que no todo en la vida es tan importante como dicen. Si su jefe le pone un millón de papeles en el escritorio revise detenidamente uno de cada de 6 y, amparado en la probabilidad estadística, dele ligera menos atención a los demás, no se mate por las puras, consiga una buena cafetera, pero de las que dejan el café con el toque exacto, embriagante, que secuestra los cinco sentidos, de las cafeteras viejas donde el café demora en pasar y obligue a todos en la oficina a tomar café con usted algunas veces al día, eso no solo aliviará tensiones, sino que lo (la) acercará a quienes están alrededor suyo, de quienes puede aprender y a quienes puede enseñar, de que vale recorrer este largo camino si al final no replicamos lo que se nos fue enseñado. Y bueno ¿y los papeles? Tome en cuenta que hace años esos papeles no existían y desde entonces para acá el mundo sigue ahí…no se gaste tanto, al final son solo eso: papeles.
Deje de creer que debe ir a toda invitación que recibe, especialmente aquellas que lo obligan a salirse a mitad del compromiso por ir a otro compromiso en el cual solo estará un momento porque debe irse a otro más. Intentar hacer mucho en poco tiempo es legitimar y perpetuar la idea de los tiempos vertiginosos. Cuando hay poco por hacer el tiempo baja su ritmo e incluso puede llegar a detenerse. Agarre un buen libro y léalo despacio, haga pausas para contarle a alguien qué ha estado leyendo, mire llover, salga y camine bajo la lluvia, mire atardeceres, converse con más personas.
Sueñe un evento en el que quisiera estar. Un encuentro de amigos del colegio, la revancha de un partido jugado a los 15 años o cualquier cita especial. Suéñelo como un evento único, irrepetible. Organícelo para dentro de un año o dos y tal cual como se lo haya imaginado. La ilusión por vivir esa fecha tan lejana lo hará anhelar a diario que el tiempo pase más rápido. El resultado será como suele ser en la vida real: contrario al deseado. El tiempo pasará lento, muy lento. Soñar y fijar algo en el futuro es otra forma de hacer que el tiempo vaya más lento.
Finalmente tome en cuenta que vivir acelerado solo le traerá ulceras, gastritis, discusiones, problemas cardiacos, problemas incluso con gente que no conoce, y es que uno puede proyectarse a correr, pero siempre algún (a) idiota se cruzará con la boca abierta por su camino, ante eso, ir despacio le permitirá controlar mejor cada uno de sus movimientos. Llegará un día en el que armado (a) con taza y libro asista de vez en cuando a velorios y funerales de amigos caídos en combate por mantenerse en la lucha de seguir el ritmo acelerado que la sociedad le ha impuesto a sus vidas y en el que ellos han logrado llegar a su final. Déjese llevar en cámara lenta por el momento. Mientras recuerda cuanto aprendió o cuanto le enseñó a aquella persona (es posible que le haya enseñado algunas cosas pero usted lo ignore), puede sorber un poco de café lentamente y leer algunas frases del libro, que, dado el momento serán idóneas de una manera inimaginable, llore al/la amigo (a), disfrute el café y lea en voz baja algunos fragmentos del libro que el/la difunto (a) ya no podrá leer.
Puede que su amigo (a) haya terminado la carrera, pero usted sigue caminando.
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