Cada cierto tiempo, según pautas misteriosas e inexorables, noto que mis relaciones con el universo empeoran sensiblemente y que me brota de lo más íntimo de las entrañas una hostilidad insondable contra todo lo que se mueve, corre , cabecea y patea. Los síntomas son inconfundibles, sin poder hacer nada para remediarlo, una vez descartado el suicidio por instinto de conservación, cae sobre mí un nuevo mundial de fútbol. Solo queda aguantar la incesante lluvia de brutalismo y entusiasmo patriotero, los gritos del triunfo y los lamentos borrachos de la derrota, con crujir de dientes y mascullar de insultos y sandeces.
¡Quiero venganza!... pero sé que no la obtendré. Mientras planeo mi revancha atroz, indeciso si robar la copa y fundirla para hacer piezas de ajedrez, o dinamitar algún estadio, pasará el tiempo y llegará, implacable, abrumador, obtuso, vil pero cierto como la muerte (y los impuestos), el próximo Mundial.
Habitualmente, estoy a favor de todo lo que causa placer a los humanos, no me importa que sea sucio, pecaminoso, perverso, trivial o acompañado de fuegos artificiales (esta última me resulta especialmente entretenida). Si los humanos -y las humanas- somos sucios, pecadores y triviales, tampoco podemos pedir mucha elevación a nuestras diversiones, lo peor que puede decirse de nuestros placeres es que se nos parecen demasiado: si resultasen de otro modo, no nos complacerían. Sea como fuere, quiero gozo y relajo: ¡señores, venga alegría! Me declaro un puerco más de la jubilosa piara de Epicuro y me siento solidario con mis colegas cuando hozan, gozan y retozan.
Detesto a los que no se divierten más que amargando con sus críticas desmitificadoras las modestas o inmundas diversiones de los demás. ¡Déjelos revolcarse, pobrecillos! No gruña. Si lo asqueroso les hace pasar un buen rato, tampoco es cuestión de flagelar a nadie (a menos que le guste). Míreles las caras: ¿qué esperaba, sutilezas y delicias edificantes? De usted para mí, se ve cada tipo, demasiado es con el hecho que no muerdan. O sea, por resumir: que en todo coro de rugidos orgiásticos estoy favorablemente dispuesto a aportar la segunda voz.
Con el fútbol, ya ven, hago una excepción, amparado, desde luego, en los mejores apoyos intelectuales. Cuando el rey Lear quiere mostrar su máximo desprecio por alguien le insulta así: "¡Tú, vil futbolista!"(acto I, escena 4). Yo en cambio le escupiría: "¡Vil espectador de fútbol!". Porque jugar al fútbol es un ejercicio grotesco y plebeyo (se suele elogiar a los que lo practican con un poco agradable: "Ha sudado bien la camiseta"), pero al menos resulta en bastantes casos disparatadamente rentable. Y, como decía el doctor Johnson (cualquiera de los dos), "pocas actividades hay más plácidas y recomendables para un hombre que dedicarse a ganar dinero", en cambio el espectador de fútbol no hace incesantemente más que perder: mientras los equipos juegan, pierde los nervios; cuando su equipo es derrotado, pierde la compostura y la decencia; pero si su tribu vence, él pierde la cabeza.
Me refiero a los partidos de fútbol "normales", si me disculpan el oxímoron, aunque en todos ellos, los fanáticos de cada club adoptan arrebatos identificatorios propios de los peores momentos de la secta de estranguladores de la diosa Kali, según nos los detalló el gran Emilio Salgari. Pero cuando hay banderas nacionales de por medio, las cosas aún empeoran. Lo que suele llamarse eufemísticamente "la masa enfervorizada" -en realidad una piara de lunáticos maleducados, lerdos hijos de puta, poseídos por el síndrome patriotero- se entrega al estruendo y la furia hasta extremos que habrían hecho a Macbeth añorar la amable compañía de las brujas. Lo más insoportable son los cantos, los ripios, los "oé, oé, oé". Uno puede soportar los estragos de la peste, las comisiones pendejas, la gente que habla como si vivieran en un burdel fronterizo, hasta los horrores de la guerra: ¡pero la estupidez en coro, ya es demasiado!
El incomparable Fontanarrosa, que ha escrito cuentos sobre fútbol tan divertidos que casi justifican literariamente la existencia de esa ignominia pendeja, dice que -pese a la tradicional aptitud de los argentinos para la cancha- a él dos razones le han alejado del estrellato deportivo: la primera, su pierna izquierda; la segunda, su pierna derecha.
Tengo no dos, sino dos mil razones para odiar de la manera más desaforada la demencia mundial que se aproxima, las portadas de los periódicos más serios no hablarán de otra cosa, los noticieros postergarán por un día las necesarias matanzas, asesinatos, robos y la basura fashion para ilustrarnos sobre los vaivenes de esos millonarios en calzoncillos que sudan la camiseta mientras aúllan en las gradas los chacales con estandarte. Y lo peor de todo: durante semanas no sabré de qué hablar con quienes me son más dulcemente próximos o menos amargamente cercanos.
repito... por gusto te estresas... hay cosas peores..
ResponderEliminarPues, ya no me siento tan sólo, si así lo deseas visita mi entrada: http://jaglake.blogspot.com/2010/06/algo-mas-sobre-el-mundial.html
ResponderEliminary es que casi no conozco ningún energúmeno que odie el fútbol al igual que yo
saludos
Pues, ya no me siento tan sólo, si así lo deseas visita mi entrada: http://jaglake.blogspot.com/2010/06/algo-mas-sobre-el-mundial.html
ResponderEliminary es que casi no conozco ningún energúmeno que odie el fútbol al igual que yo.
saludos