jueves, 26 de agosto de 2010

Los pasos de D


Como pasa el tiempo, pareciera que ayer nació D y ahora ya camina, ya da sus pasitos, y como todo buen Gutiérrez ya quiere salir corriendo. Qué cosa más... jodida. Sí, porque, de repente, se ha convertido en un auténtico suicida.
Lo primero que uno descubre cuando su hijo (propio o apañado) empieza a andar es su afición por los deportes de riesgo: concretamente, a D los que más le gustan son el «esquinning», que consiste en lanzarse de cabeza contra todas las esquinas, y el más peligroso: el «telerunking», que básicamente consiste en correr hacia el televisor... y empotrarse contra la pantalla. Sin ir más lejos, el otro día se lanzó contra “las tardes son de Carolina” y babeo las tetas de Carolina, que bueno al menos buen gusto parece que sí tiene…o mínimo sabemos que conoce la importancia de las proporciones.

Para que no se haga daño la madre ha tenido que acolchar las mesas, las puertas y las esquinas de toda la casa... Ahora más que en una casa parece que vivieran en un psiquiátrico…algo así como el mini Lorenzo Ponce. Que, como yo sugerí:
—¿Por qué no acolchamos directamente a D...?
Y la madre me contestó:
—¡No jodas, yo he parido a un niño, no al muñeco de Michelín!

Pero seamos justos, ¿eh?: a esa edad la vida es muy difícil. Tiene que ser muy humillante llorar porque tienes sed y que tus familiares lo primero que piensen es que te has cagado. Es como si tú entraras en un bar, pidieras una cerveza, y el camarero en vez de ponerte la cerveza te oliera el culo.
Claro, por eso luego quieren vengarse de nosotros y se convierten en kamikazes con pañales: ¿se han fijado que los niños intentan suicidarse atacando nuestros puntos vitales? Tú entras en casa, le llamas, «D, cachetoooon», y ves que coge carrerilla y viene lanzado hacia tu línea de flotación.
En ese momento sólo tienes dos opciones: o bien te apartas y dejas que se estrelle contra el mueble o la pared y esperas que se ahueve... o te quedas quieto y dejas que te haga impacto y entonces es él el que te ahueva a ti. Yo, como lo quiero mucho, siempre elijo la segunda opción... aunque reconozco que a veces me cuesta un huevo... o los dos.

Pero volviendo a las manías suicidas, también le ha dado por abrirlo todo: los cajones, las ventanas, los controles remoto, los gatos, la cabeza... Es tal el miedo que me da, que he acabado medio loco siguiéndolo por todas partes y evitando que se escape: es más difícil librarse de mí que salir de Cuba.

¿Y la comida, qué? Otro peligro. Tú les intentas dar la papilla y él que opina que mejor luce sobre la camisa». Y, sin embargo, como dejes el jabón a su alcance estás jodido... Que digo yo que los fabricantes deberían tener esto en cuenta y hacer comida para niños con sabor a jabon: «Compota de Protex». Me imagino el eslogan... «Dos en uno: les alimenta... y les lava el estómago.»

¿Y lo de meterse cosas en la nariz? Otro peligro. Me pregunto: ¿cómo puede alguien encontrar placer en meterse algo por la nariz...? Quitando a Maradona, claro... Me estoy refiriendo a meterse canicas, monedas... Bueno, es que lo de comerse monedas es una obsesión. Sólo falta que en los ojos les aparezcan las cerezas para ser una máquina tragamonedas. Y luego lo llevas a urgencias, lo miran por los rayos X, y el médico te dice: «Usted no tiene un bebé, usted tiene una alcancía de chanchito».
Al final siempre te mandan que le des un laxante y que esperes a que lo expulse. Y tú todo el día persiguiéndolo con el orinal. Vamos, que estás más pendiente de la devolución del niño que los muérganos del SRI. Es en esa época cuando descubres que el dinero es una mierda.

Y es que no puedes perderles un segundo de vista. Yo estoy tan obsesionado, que el otro día llegué a la U y casi le limpio las manos al doctor con una toallita.
Aunque esto ha sido siempre igual, mi madre dice que, de pequeño, yo también me tragaba monedas, y aquí estoy. Y eso que las de mi época eran mucho más peligrosas: ¡salía Sucre!

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